“Ese árbol es usted, su Majestad. Pues usted ha crecido y se ha hecho fuerte y poderoso; su esplendor llega hasta el cielo y su gobierno hasta los confines de la tierra”. (Daniel 4:22)
Nabucodonosor fue uno de los reyes más destacados de Babilonia, gobernó entre los años 605 y 562 A.C. Dios le habló a través de sueños, y colocó cerca de Él al profeta Daniel para interpretarlos. En este capítulo del libro de Daniel, el rey tiene un sueño acerca de un árbol, seguidamente Daniel interpreta que el árbol frondoso del cual todos se alimentan y obtienen sombra representa al mismo Nabucodonosor.
Mientras este rey estuvo bajo la dirección de Dios fue exactamente así, como un árbol fuer
te que dio alimento y protección a otros. Pero la segunda parte del sueño narra el mandato desde los cielos de talar ese árbol, de manera que fuese reducido a un simple tocón con raíces. En otras palabras, fue quitado de él, por un período de tiempo, todas las bendiciones que se le habían dado.
En esta segunda parte, Daniel revela que el rey será destituido de su reino hasta que la soberbia de su corazón sea sustituida nuevamente por la humildad y sujeción que alguna vez demostró y fue agradable a Dios.
Toda esa abundancia y poder que el rey disfrutaba lo llenó de autosuficiencia, dejó a un lado el agradecimiento y tomó para él toda la gloria. Esto generó su caída.
Haga un recuento de los momentos en que Dios le ha dado algo que realmente usted anhelaba, abundancia en el área en la que usted más carecía. Ahora, recuerde en cuántos de esos momentos usted, primeramente, honró a Dios, ya sea con sus diezmos y ofrendas, con oración y alabanza ó dando testimonio públicamente.
A veces Dios permite que pasemos por momentos difíciles para que recordemos que Él e
stá allí para nosotros, porque tristemente, pareciera que mientras mejor nos salen las cosas menos buscamos de su presencia.
Dios definitivamente quiere vernos como árboles frondosos, que alimenten y den sombra a quien la necesite. El Señor ya nos capacitó con diversos dones que certifican su interés en que seamos fructíferos.
La Biblia nos enseña ciertas características de los árboles que valdría la pena destacar, entre ellas están:
1.- Árboles que produzcan otros del mismo género:
“Después Dios dijo: «Que de la tierra brote vegetación: toda clase de plantas con semillas y árboles que den frutos con semillas. Estas semillas producirán, a su vez, las mismas clases de plantas y árboles de los que provinieron»; y eso fue lo que sucedió. La tierra produjo vegetación: toda clase de plantas con semillas y árboles que dan frutos con semillas. Las semillas produjeron plantas y árboles de la misma clase. Y Dios vio que esto era bueno”. (Gen 1:11-12 - NVI)
Dios hizo hincapié en dos cosas:
1.1.-Que dieran frutos con semilla: básicamente la semilla es la que determina la multiplicación. Si un fruto no tiene semillas entonces ¿Qué sembraremos para obtener otros frutos de la misma especie?
En la parábola del sembrador (Lucas 8:4-15), Jesús les explica a sus discípulos que la semilla, que en algunos se perdió y en otros dio frutos, es la Palabra de Dios revelada al hombre. Cuando una persona acepta la Palabra que le predicamos y decide cuidar esa semilla, el Espíritu de Dios comenzará a hacer su obra en ella, y entonces empezará a producir frutos.
1.2.-Que las semillas produzcan árboles y frutos de la misma especie: Dios diseñó los árboles de manera que sus frutos contengan semillas, y éstas a su vez produzcan árboles del mismo género. Una semilla que proviene de un manzano no puede producir un almendro.
La semilla que sembramos en otros generará una especie de clon. Por eso, es importante detenernos y analizar, más allá de la cantidad de semillas que queremos sembrar, la calidad de éstas. ¿Sembramos la semilla tal cual Dios nos la entregó? ¿Sembramos esa semilla en tierra fértil ó la dejamos perder en superficie árida?
Confucio dijo: “No son las malas hierbas las que ahogan la buena semilla, sino la neglige
ncia del campesino”.
2.- Árboles que den honor al propósito por el cual fueron creados: como ha pasado con el resto de la creación, los árboles son usados por la humanidad para el bien o para el mal.
En la Biblia constatamos que la madera se ha utilizado para construir muchas cosas buenas, por ejemplo:
- Casa de adoración, tabernáculos, el arca del testimonio (Exo 36, 37/1Re 6:10).
- El arca de Noé, que preservó la vida de los justos para un nuevo pacto (Gen 6:14).
- Para defensa de los enemigos (De 20:19-20).
- Construcción de instrumentos musicales para adorar a Dios (2Sam 6:5).
Pero también se usó para idolatría (Isa 44:14-20); de madera fue la cruz en donde se dio fin a la tortura de nuestro Señor Jesucristo (Hch 5:30).
Nosotros somos como los árboles, originalmente fuimos creados para hacer el bien, pero en determinado momento de la vida nos hemos desviado de ese propósito inicial. Tenemos en nuestras manos la decisión de ser usados para hacer el bien ó el mal.
Cuando la semilla (la Palabra de Dios) es sembrada en nosotros y la atesoramos en nuestro corazón, los frutos serán para bienestar, para prosperidad bajo la cobertura divina. Contrariamente, todos estos beneficios se desvanecen cuando tomamos el camino de la desobediencia.
“Qué alegría para los que no siguen el consejo de malos, ni andan con pecadores, ni se juntan con burlones; sino que se deleitan en la ley del Señor meditando en ella día y noche. Son como árboles plantados a la orilla de un río, que siempre dan fruto en su tiempo. Sus hojas nunca se marchitan, y prosperan en todo lo que hacen” (Salmos 1)
“Un buen árbol produce frutos buenos y un árbol malo produce frutos malos. Un buen árbol no puede producir frutos malos y un árbol malo no puede producir frutos buenos. Por lo tanto, todo árbol que no produce frutos buenos se corta y se arroja al fuego. Así es, de la misma manera que puedes identificar un árbol por su fruto, puedes identificar a la gente por sus acciones” (M
Daniel dijo a Nabucodonosor que, siendo un árbol frondoso, debía pasar por un proceso de tala debido a que las bendiciones obtenidas le hicieron olvidar al dador de las mismas, y así ocurrió. Nosotros también pasamos por ese tipo de procesos que nos recuerdan nuestra dependencia de Dios, lo importante es el resultado de ese proceso, el cual debe guiarnos a una completa rendición delante de Él.
Simplemente recuerde que:
¡ESE ÁRBOL ES USTED!
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